EEUU logró matar al líder de Al Qaeda, Ayman al-Zawahri en Afganistán
El cirujano egipcio se convirtió en el líder del grupo terrorista luego de que asesinaran a Bin Laden en 2011; era el hombre más buscado por Estados Unidos

WASHINGTON.- Se lo conocía como el segundo al mando de Al-Qaeda, el lugarteniente de anteojos y barba enmarañada de Osama bin Laden. Pero el grupo terrorista más conocido del mundo en realidad era dirigido por el cerebro y las manos ensangrentadas de Ayman al-Zawahiri.
Funcionarios norteamericanos informaron hoy que Estados Unidos asesinó a Al-Zawahiri, de 71 años, aunque todavía no se hicieron públicos los detalles del operativo.
Al-Zawahiri lideraba su propio grupo de milicias y fue pionero e impulsor de una “marca terrorista” que pregona la realización de atentados espectaculares y la matanza indiscriminada de civiles. En la década de 1990, cuando fusionó formalmente su grupo con Al-Qaeda, inoculó esas tácticas en la red terrorista y una visión ampliada de las posibilidades de ataque contra Occidente.
Fue Al-Zawahiri quien postuló que derrotar al “enemigo lejano” —Estados Unidos— era un prerrequisito esencial para derrotar al “enemigo cercano” de Al-Qaeda, o sea los regímenes árabes prooccidentales que se interponían con el sueño del grupo de reunir a todos los musulmanes bajo un califato global.
“El deber individual de todo musulmán es asesinar estadounidenses y sus aliados, sean civiles o militares, y deben hacerlo en el país donde se encuentren”, escribió Al-Zawahiri en un manifiesto de 1998. Tres años más tarde, cumplió su palabra colaborando con la planificación de los atentados del 11 de Septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono.
Aunque carente del carisma personal de bin Laden, Al-Zawahiri se convirtió en el cerebro detrás de las grandes ambiciones de Al-Qaeda, incluido su intento al parecer infructuoso de conseguir armas nucleares y biológicas. Y después de la expulsión del grupo de Afganistán, a principios de 2002, fue básicamente Zawahiri el que lideró el resurgimiento de Al-Qaeda en la región tribal sin ley del otro lado de la frontera con Pakistán, según analistas que siguen de cerca los movimientos del grupo terrorista.
En sus últimos años, Al-Zawahiri estuvo al mando de una Al-Qaeda ya en declive, cuyos fundadores ya habían muerto o estaban escondidos, y cuyo rol de liderazgo entre los musulmanes fue desafiado por emprendimientos aún más virulentos, como Estado Islámico.
Al-Zawahiri siguió siendo la figura visible de la agrupación, pero no logró impedir el desgajamiento del movimiento islamista en Siria y otras zonas de conflicto a partir de 2011. Corrían rumores sobre su estado de salud y se hicieron costumbre sus largas desapariciones de la mirada pública, solo interrumpidas por la ocasional difusión de un ensayo, un libro, o sermones en video donde hacía gala de un estilo seco y pedante muy poco adecuado para la era de las redes sociales.
“Al-Zawahiri es el ideólogo de Al-Qaeda, un hombre de pensamiento más que de acción”, dijo en septiembre Bruce Riedel, que fue experto en antiterrorismo de la CIA y asesor de cuatro presidentes norteamericanos. “Sus textos son soporíferos y por momentos increíblemente aburridos.”
Pasadas dos décadas del 11 de Septiembre, la capacidad de Zawahiri para marcar agenda o ejercer liderazgo dentro del atomizado movimiento yihadista fue puesta en cuestión, agregó Riedel. “No es la figura carismática que Al-Qaeda necesita, y en el horizonte tampoco asoma alguien con esas características”.
Su camino al terrorismo
El camino de Zawahiri hasta convertirse en uno de los terroristas más conocidos del mundo tuvo un comienzo inusual, en el barrio de Maadi, un suburbio de clase media alta y diversidad religiosa de El Cairo, donde vivían algunas de las familias más pujantes de Egipto.
Su padre era profesor de farmacología y su abuelo materno era rector de la Universidad de El Cairo. Al momento de su nacimiento, el 19 de junio de 1951, Maadi tenía una numerosa población judía y había más iglesias que mezquitas.
Joven serio y académicamente dotado, desde sus primeros años Zawahiri tuvo la influencia de uno de sus tíos, Mahfouz Azzam, opositor acérrimo del gobierno secularista de Egipto. Su pensamiento también se formó en la lectura de Sayyid Qutb, autor e intelectual egipcio que se convirtió en uno de los fundadores del extremismo islamista del siglo XX.
Según relata Lawrence Wright en su libro “La torre que se avecina”, ganador del premio Pulitzer, fue la ejecución de Qutb por parte del gobierno egipcio en 1966 lo que impulsó a Zawahiri, entonces de 15 años, a organizarse con grupo de jóvenes amigos en una célula clandestina cuyo objetivo era el derrocamiento del gobierno y el establecimiento de una teocracia islámica. El pequeño grupo de seguidores de Zawahiri eventualmente se convirtió en una organización yihadista conocida como Yama’at al-Tawhid wal-Yihad, o simplemente al-Yihad.
Aunque su posición ideológica se iba endureciendo, Zawahiri siguió con la carrera de medicina en la Universidad de El Cairo y tras recibirse fue brevemente cirujano del ejército. Más tarde abrió su propio consultorio en un duplex propiedad de sus padres, y ocasionalmente atendía a pacientes en una clínica de El Cairo patrocinada por la Hermandad Musulmana, un grupo político opositor de origen sunita. Poco después Zawahiri se casó con Azza Nowair, hija de una familia egipcia muy rica y con conexiones políticas. De esa unión nacerían un hijo y cinco hijas.
Mientras trabajaba en la clínica de la Hermandad Musulmana, Zawahiri fue invitado a realizar la primera de sus numerosas visitas a los campos de refugiados en la frontera entre Afganistán y Pakistán. Allí curó las heridas de los muyahidines que luchaban contra los soviéticos en Afganistán, y fue también allí que se cruzó con un carismático joven saudí aún desconocido: Osama Bin Laden.
Pero en aquel momento Zawahiri estaba enfocado en manejar su propio movimiento revolucionario, que a principios de la década de 1980 lanzó una serie de complots para asesinar a líderes egipcios y desempeñó un papel central en el asesinato del presidente egipcio Anwar Sadat, el 6 de octubre de 1981.
La represión masiva del gobierno que siguió al asesinato de Sadat terminó con Zawahiri y cientos de sus seguidores tras las rejas. Tras cumplir una condena de tres años, Zawahiri fue puesto en libertad.
Durante sus años nómadas, después de su paso por la cárcel, Zawahiri viajó con frecuencia por el sur de Asia y se acercó cada vez más a los muyahidines y al propio bin Laden, que finalmente lo tomó como su médico personal. El saudí sufría de presión baja y otras dolencias crónicas, y necesitaba frecuentes infusiones de glucosa. La inquebrantable ayuda médica de Zawahiri durante el bombardeo soviético en Afganistán consolidó su reputación entre los muyahidines y selló su amistad de por vida con Bin Laden.
Zawahiri visitó Estados Unidos al menos una vez, en la década de 1990, cuando hizo un breve recorrido por las mezquitas de California bajo un nombre falso, recaudando fondos para organizaciones benéficas musulmanas que brindan apoyo a los refugiados afganos. Mientras tanto, seguía presionando a sus seguidores egipcios para que perpetraran ataques de mayor escala y espectacularidad dentro de Egipto, convencido de que sus tácticas brutales y sorpresivas llamarían la atención de los medios y ahogarían las voces moderadas que abogaban por la negociación y la búsqueda de consensos.
El 11 de Septiembre y el laboratorio de armas biológicas
Cuando al-Qaeda inicia con sus atentados de alto perfil —las bombas de 1998 en las embajadas de Estados Unidos en las capitales de Kenia y Tanzania, donde murieron cientos de personas— Zawahiri era el principal asesor de bin Laden. Y tres años más tarde, desde la base de al-Qaeda en Afganistán, Zawahiri supervisó los planes del ataque terrorista más audaz de la historia: los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las ciudades de Washington y Nueva York.
Cuando los secuestradores de los aviones fueron enviados a entrenarse en Estados Unidos, Zawahiri empezó a planificar la siguiente oleada de atentados, destinados a socavar aún más la economía y la moral de Estados Unidos. Lanzó un ambicioso programa de armas biológicas, instaló un laboratorio en Afganistán, y envió a sus adláteres a buscar científicos adeptos y cepas letales de la bacteria del ántrax.